Juan Carlos Díaz Lorenzo

La presencia de Nuestra Señora de Las Nieves en La Palma está envuelta en la leyenda. La Bula del Papa Martino V, fechada en Roma el 20 de noviembre de 1423, hace mención a Santa María de la Palma y su llegada a la Isla se asienta sobre las hipótesis de algunos cronistas, que se refieren a viajes de frailes irlandeses o navegantes del Mediterráneo, misiones del Obispado de Telde o incursiones de los normandos asentados en las islas orientales desde comienzos del siglo XV[1].

Otros autores atribuyen la llegada de la imagen a Francisca de Gazmira, la mujer aborigen conversa que pactó la rendición de los haouarythas, los antiguos pobladores de La Palma, y al propio adelantado Alonso Fernández de Lugo, propietario del reparto de las tierras de Agaete, donde había entronizado una imagen de Santa María de las Nieves. Muy reciente en el tiempo, el escultor Miguel Ángel Martín Sánchez atribuye su origen a las manos de Lorenzo Mercadante de Bretaña, escultor francés activo en la segunda mitad del siglo XV, con obras destacadas en la catedral de Sevilla.

El documento más antiguo que se conserva con el nombre de Santa María de las Nieves está fechado el 23 de enero de 1507 y se trata de una data del adelantado Fernández de Lugo, en la que dona a Nuestra Señora los solares en los que en 1517 consta ya estar edificado el primitivo templo, ampliado en 1525, al que se adosó un segundo cuerpo entre 1539 y 1552, mientras que en 1543 existía la plaza y el paseo.

Entre 1568 y 1574 se edificó la sacristía y en 1648, dos años después de la erupción del volcán de Martín, se amplió la capilla mayor sobre ésta y se agregó otra dependencia por el oeste, levantándose un arco toral, así como los trabajos de alargamiento y pavimentación de la nave con cerámica portuguesa y la construcción de la espadaña en piedra de cantería. Corría el año de 1637 cuando se terminó la edificación de la casa de romeros. El Real Santuario ostenta realeza desde que en 1657 fuera acogido en su patronato por Felipe IV, penúltimo rey de la Casa de Austria[2].

Entre 1703 y 1740 se reforzó y se encaló la capilla mayor, se guarneció de cantería gris el arco y las gradas del presbiterio -en la actualidad revestido de mármol- y por 4.000 reales se esculpió, en manierismo tardío, la Puerta Grande. Todas estas obras configuraron el aspecto actual del templo, que presenta un suntuoso retablo mayor tallado en 1707 por Marcos Hernández y dorado y policromado por el palmero Bernardo Manuel de Silva. El trono de plata, armado en 42 piezas, se acabó en 1733[3].

Real Santuario de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de La Palma

En la segunda mitad del siglo XIX, y acorde a la corriente neoclásica entonces imperante, y la excusa de elevar la capilla mayor, en 1876 se sustituyó la cubierta mudéjar por una bóveda de cañón, que dos décadas después fue decorada por el artista madrileño Ubaldo Bornadova con la alegoría de la Inmaculada entre ángeles y guirnaldas y una Anunciación, entre cortinajes azules, en la cabecera de la nave.

El Real Santuario alberga notables altares barrocos –en los que están presentes el Calvario del Amparo, grupo magistral del siglo XVI, y la Virgen del Buen Viaje- y neogóticos -San Miguel y la Virgen de la Rosa-, más los nichos laterales del retablo mayor con los santos Bartolomé y Lorenzo, todas ellas tallas flamencas que tienen en la Isla una de sus más nutridas representaciones.

El conjunto arquitectónico y artístico encierra un gran valor -artesonados mudéjares, el púlpito ochavado, el coro, el baptisterio con piedra de mármol, las pilas de agua bendita, las arañas de cristal de roca, los faroles y lámparas votivas y el vasto ajuar de orfebrería-, siendo numerosos y valiosos, además, otros objetos religiosos[4].

Nuestra Señora de las Nieves fue coronada canónicamente en el año lustral de 1930, el 22 de junio, en ceremonia oficiada por el cardenal Federico Tedeschini, nuncio de Su Santidad en España y arzobispo de Lepanto, que llegó a La Palma, en medio de una gran expectación popular, a bordo del buque Infanta Cristina. Su patronazgo sobre el pueblo palmero fue reconocido por el Papa Pío XII, el 13 de noviembre de 1952. 

La razón de la Bajada

La Fiesta de todas las fiestas de La Palma tiene su origen en el último tercio del siglo XVII, arraigada en la creencia del favor intercesor de Nuestra Señora de las Nieves y en el profundo fervor religioso que generaciones de palmeros le han profesado a través de los tiempos.

Relata el licenciado Juan Pinto de Guisla, beneficiado de El Salvador y visitador eclesiástico, que en el año de 1676, La Palma sufría el invierno más seco de la década, lo que provocó una situación que había llevado el hambre, la desolación y la muerte a los habitantes de la capital y de los campos de la isla.

Esta penuria coincidió con la segunda visita pastoral del obispo de Canarias, Bartolomé García Jiménez[5], que había prolongado su estancia en la isla debido a la amenaza de los piratas berberiscos que entonces infectaban las aguas del archipiélago, al acecho de nuevas presas, entre ellas el mitrado, impidiendo así su salida de la isla. En aquella ocasión fue informado por los regidores y por los sacerdotes Melchor Brier y Monteverde y Juan Pinto de Guisla[6], que habían sido alumnos suyos en la Facultad de Cánones de Salamanca, «de la especial devoción que hay en esta isla con la Santa Imagen de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de toda ella, de cuyo patrocinio se vale en todas sus necesidades«, por lo que dispuso que se trajese a la iglesia parroquial de El Salvador, «para que, colocada en ella, en trono decente«, se celebrase la octava «con mayor solemnidad y asistencia del pueblo«[7].

Así se hizo, asumiendo el piadoso obispo el gasto que ocasionó el consumo de cera durante los tres primeros días del devoto culto, y en los siguientes se repartió entre algunos devotos que se encargaron de ello, «y habiendo reconocido la decencia del culto y veneración con que se celebró dicha octava y la devoción y concurrencia del pueblo a su celebración, así por las mañanas a la misa, como a prima noche después de la oración a rezar el nombre y tercio y pláticas que hacía todas las noches, juzgó por conveniente que dicha Santa Imagen de Nuestra Señora de las Nieves se traiga a esta ciudad, a la Iglesia Parroquial, cada cinco años«, celebrando de ese modo, por el mes de febrero, la fiesta y la octava de Nuestra Señora de Candelaria, “y que se comenzase el quinquenio el año de 1680 y de allí en adelante…«[8].

La Bajada tiene su origen en 1676 y el ciclo lustral comenzó en 1680

En relación a este asunto, el testimonio del ilustrado cronista Viera y Clavijo, reflejado un siglo después en su emblemática obra Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, dice que “el obispo don Bartolomé Ximénez fue el que, atendiendo a la universal devoción que profesaban aquellos naturales a Nuestra Señora de las Nieves, cuyo patrocinio imploraban de tiempo inmemorial en los conflictos de volcanes, falta de lluvias, langosta, epidemias, guerras y correrías, dispuso que se llevase cada cinco años desde su santuario a la ciudad, en la víspera de la Purificación, para que en la parroquia del Salvador se celebrase un octavario con muy solemnes fiestas…[9].

El obispo García Jiménez también conoció la resolución del pueblo palmero, unido ante la desgracia, en la defensa de la imagen mariana -la más antigua de Canarias y el vestigio más remoto de nuestra ubicación cristiana y cultura occidental- y de su ermita cuando en 1649 los dominicos trataron de fundar en ella un convento, empeño del que desistieron ante la oposición del pueblo y la firmeza del Cabildo.

Con anterioridad a la fundación de la Bajada, Nuestra Señora de las Nieves fue traída a Santa Cruz de La Palma en rogativa en varias ocasiones. La primera estancia, de nueve días en la iglesia de El Salvador, se remonta al 28 de marzo de 1630, fecha en la que la isla padecía una gran sequía. Por el mismo motivo, volvería en otras dos ocasiones en la década de los años treinta del siglo XVII: el 5 de abril de 1631 y el 3 de marzo de 1632, respectivamente.

De modo, pues, que el ciclo lustral comenzó en 1680, siguiendo el mandato del obispo García Jiménez, año en el que se trajo la imagen de Nuestra Señora de las Nieves desde su santuario del monte a la ciudad capital. Desde entonces lo ha hecho ininterrumpidamente hasta nuestros días, aunque, en el recuento histórico de los últimos tres siglos, la venerada imagen ha sido trasladada en varias ocasiones a la capital insular en rogativas y celebraciones especiales y siempre con el mismo motivo.

La iglesia de El Salvador acoge la estancia lustral de Nuestra Señora de las Nieves

Ante las adversidades y las calamidades, los caminos de La Palma se llenaron de peregrinos que acudían al pequeño santuario para pedir la intercesión de la Virgen ante las furias desatadas de la Naturaleza, tanto en sequías prolongadas como en erupciones volcánicas, incendios, plagas, enfermedades, tempestades…

Entre los hechos relacionados con la langosta se encuentra el acontecido el 16 de octubre de 1659, fecha en la que la plaga «llenó toda la isla y comió la corteza de todos los árboles y destruyó todos los pastos, con que murió mucho ganado mayor y menor y muchas cabalgaduras, yeguas y jumentos y destruyó muchas sementeras y algunas volvieron a reventar y las que comió tres veces no volvieron«[10].

La crónica atestigua que se hicieron muchos sufragios, procesiones y sermones y “trújose a esta ciudad en procesión” a las imágenes de Nuestra Señora de La Piedad y el apóstol San Andrés, a San Juan de Puntallana, al Santo Cristo del Planto y también a Nuestra Señora de Las Nieves “y se tuvo en esta ciudad muchos días. Fue nuestro Señor servido, por mediación de la Virgen, que no durase esta langosta más que hasta marzo de dho. año«[11].

En el transcurso del tiempo se produjeron otras situaciones de infortunio, caso de 1625, cuando llegó a La Palma un navío procedente de Inglaterra infectado de peste bubónica y en 1669, cuando otro barco en viaje a la Martinica fondeó en la rada de la capital palmera, logrando, en dichas ocasiones, que la desgracia no se expandiera sobre la población local. Siempre relacionados con prodigios y milagros atribuidos a Nuestra Señora se aprecian diversos testimonios, siendo de destacar la presencia de la Patrona, entre otras desdichas, en enero de 1768 debido a una epidemia catarral, y en junio de 1852, al haberse librado la población del cólera-morbo.

En relación a la citada epidemia, el pueblo palmero acudió a Nuestra Señora de Las Nieves implorando el remedio a la enfermedad que diezmaba a la población. Pérez Morera recoge en su trabajo sobre la Bajada de 1765 una relación sobre la terrible enfermedad que asoló a la isla. Del Libro de Acaecimientos, formado por el vicario Felipe Alfaro en 1767 y depositado en el archivo parroquial de El Salvador, observamos el siguiente párrafo:

«Aviendose señalado por su merced el dia siete de marzo para el último tramo de la Procesión de allí llevar a Nuestra Señora a su propia Parroquia compuestos todos los caminos y aseandose todas las calles por donde debía transitar no se pudo conseguir hasta el día diez por las continuas lluvias que hubo en estos días (…), quedando todos los moradores desta ciudad e Ysla mui contentos y alegres por aver conseguido de dios mediante la intercesión de la Santísima Virgen María ubiesse cesado a sus primeros ruegos la cruel enfermedad que tantos estragos hasía y llovido con mansedumbre tanto que se puede decir se repitió en esta ysla el milagro que en tiempo del Señor San Gregorio aconteció en Roma…»[12].

Otro suceso célebre fue el ocurrido el 6 de abril de 1750, fecha en la que la sagrada imagen se encontraba en el convento de las Monjas Claras –hoy Hospital de Dolores- donde está entronizada «la preciosa imagen de la olvidada patrona«[13] de la ciudad, Santa Águeda, como bien apunta José Guillermo Rodríguez Escudero. Se había señalado dicho día para hacer las rogativas por el hambre y la falta de lluvias que se padecía en toda la Isla. Poco después comenzó a llover intensamente y también arribó a la bahía de la capital un barco cargado de trigo, con gran regocijo del pueblo, que atribuyó todo esto a un milagro de Nuestra Señora.

El 7 de mayo de 1770 se había fijado la fecha para que Nuestra Señora regresase a su templo después de la Bajada de aquel lustro, cuando se declaró un incendio en los aledaños de la parroquia de El Salvador. La crónica describe el espeluznante episodio:

El incendio fue voracísimo y corría el viento de brisa que le impelía, y arrojaba centellas a más de cien pasos […], pero sucedió que inopinadamente se mudó y cambió el viento al Oeste, enderezó las llamas que antes corrían con vehemencia al puerto y estaban ardiendo a un tiempo dos calles y dos hileras de casas, en la plaza y calle Trasera, que arruinó en poco más de tres horas catorce casas, con pasmo de los que las vieron arder, más no se incendió otra alguna, aunque antes habían siso acometidas de centellas y carbones encendidos, después de estar a la vista de Ntra. Señora de las Nieves, conceptuando todos piadosamente, fue la asistencia de la Santísima Virgen quien libró y preservó el resto de la ciudad del fuego, impidiendo pasase adelante[14].

Cuando se decidió el regreso de la venerada imagen a su templo del monte, el día anterior había venido la imagen del patriarca San José desde su ermita capitalina hasta El Salvador para despedirse de la Patrona palmera. Dice la crónica que la noche estaba muy serena con algunas señales de viento de levante, como lo demostraba un cerco que poseía la luna «y viento al Oeste, sin truenos, tempestad ni otra novedad que unos chubascos o lluvia muy quieta, después de medianoche«. Lo sorprendente es que, amaneció toda la cumbre cubierta de nieve, «hasta el lomo que se llama de las Nieves, por estar a su falda la Iglesia de Nuestra Señora«[15].

Este hecho singular, por haber ocurrido en tiempo tan avanzado de primavera, «y no haberlo visto los nacidos en unas circunstancias como las presentes de terror en que se hallaban las gentes sencillas, que oprimía los ánimos de todos, llenó de mayor consuelo los corazones, alabando las divinas piedades de la Madre de la Misericordia, que nos puso el signo de su benignidad a la vista para que no desfalleciesen, comprobó con esto el milagro de haber suspendido el castigo del fuego que nos amenazó consumir y asegurarnos con la nieve su protección, el día amaneció claro y despierto el sol, con singular gozo de las almas devotas«[16].

Y es que, como escribió el recordado investigador palmero Alberto José Fernández García, «Ella es el inmenso refugio espiritual de todos los palmeros, y a Ella recurrimos cuando los titánicos fuegos volcánicos estremecen nuestro suelo, cuando las cosechas se pierden por falta de agua, cuando los grandes incendios azotan nuestros montes o nuestras casas, cuando la enfermedad se apodera de nuestra pobre naturaleza, y en tantos, tantos momentos de nuestra existencia«[17].

El Castillo altivo vigila las costas palmesanas y caeda cinco años se convierte en protagonista del Diálogo

En el Diálogo, Nuestra Señora de las Nieves viaja a bordo del barco, convertido en singular protagonista

Dicho sentimiento queda plasmado, asimismo, en la elegante y sentida prosa de Gabriel Duque Acosta, pregonero de la Bajada de 1970, cuando escribe»… allá arriba en el Monte al que da nevado nombre una Señora descansan los sueños consumados, anhelos florecidos, canciones plenas y oraciones que han encontrado puerto y destino en el regazo de la Virgen. A Ella se han dirigido por los siglos y los siglos los que sufrían en el dolor de las horas vacías; a Ella han invocado el náufrago de Campeche y el miliciano aguerrido; nuestras madres y las madres de nuestras madres. Siempre fueron escuchados. Su llamada halló respuesta en el milagro o en el consuelo; en la alegría o en la resignación que es el más humano y dignificante prodigio…»[18].

La Bajada de la Virgen nació, pues, siguiendo el pensamiento y la creatividad del espíritu barroco, razón por la cual el trasfondo mariano explica también la profusión de loas sacramentales, carros alegóricos y otras representaciones de índole religiosa que nutren su imaginario simbólico, rico en matices y sustancias destinadas a la alabanza de Nuestra Señora. Y en torno a Ella y su celebración lustral se forjó, además, una consolidada tradición literaria y teatral nacida al amparo de las fiestas del Corpus Christi, “fiesta central del catolicismo, la que alcanza mayor brillantez[19], entre cuyos autores más destacados sobresalen los autores que integran el parnaso del Barroco palmero: Pedro Álvarez de Lugo y Usodemar, Juan Pinto de Guisla y Juan Bautista Poggio Monteverde[20].

De forma que, la capital palmera, como señala el ilustre catedrático palmero Manuel de Paz, “gracias a sus vínculos con el Norte de Europa, con la Península y, desde luego, también con América, pudo beneficiarse de numerosas influencias artísticas y culturales que, en el transcurso de los siglos, contribuyeron a definir su identidad como una población culturalmente inquieta[21].

 


[1] La imagen de Nuestra Señora de las Nieves es una escultura modelada en terracota y policromada, de estilo románico tardío en transición al gótico, situada cronológicamente a finales del siglo XIV, sobrevestida con ricas telas -túnica roja, manto azul y orla dorada- y aderezada con cuantiosas joyas a partir del siglo XVI. Mide 82 cm de altura y se trata, probablemente, de la efigie mariana de mayor antigüedad del Archipiélago Canario.

[2] Tres siglos después, el 15 de octubre de 1977, Nuestra Señora de las Nieves recibió la visita de los Reyes de España, Juan Carlos I y Sofía, siéndole entonces entregado a la Reina el título de “Camarera de Honor de la Santísima Virgen de las Nieves”, que había aceptado siendo Princesa de España. Su Majestad manifestó entonces al rector del Real Santuario, Pedro Manuel Francisco de las Casas, su voluntad de reafirmar el trato de realeza en el marco de la nueva monarquía constitucional, lo cual se llevó a efecto siguiendo los cauces establecidos mediante comunicación oficial y certificación de la Casa Real Española.

[3] Sus primeros elementos se labraron en 1672, con objetos tasados para ello por el orfebre Diego González. El frontal fue enviado desde Cuba en 1714 por el presbítero Juan Vicente Torres Ayala; el sagrario albergó las sagradas formas desde 1720 y las barandas constan desde 1757. [Para más información sobre este tema, véase: Fernández García, Alberto José. Real Santuario Insular de Nuestra Señora de las Nieves, León 1980; Fraga González, María del Carmen. La arquitectura mudéjar en Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 1977; Pérez Morera, Jesús et al. Magna Palmensis. Retrato de una Ciudad, Santa Cruz de Tenerife 2000].

[4] El Museo Insular de Arte Sacro está considerado en su género uno de los más importantes de Canarias. El edificio, proyectado por  los arquitectos Rafael Daranas y Luis Miguel Pérez, recrea una casona de dos plantas, con balcón y ventanas de tarima, construido con materiales nobles –carpintería de tea labrada, cantería gris, forja y vidrieras- y está perfectamente integrado en el conjunto del Real Santuario. Dicho espacio, junto al camarín de la Virgen –obra del arquitecto José Miguel Márquez Zárate, que remata la cabecera del templo con un lujoso acabado- fueron ideados por Alberto José Fernández García y exponen importantísimos documentos históricos, así como esculturas de distintas épocas y escuelas, pintura y orfebrería de talleres europeos y americanos; retratos históricos de Nuestra Señora de las Nieves, a través de los cuales se puede seguir la evolución del atuendo. En su vestidor cuelgan los mismos trajes con los que se la pintó confeccionados con sedas de La Palma y brocados importados de Europa, reservados para las grandes solemnidades, caso de la Bajada de la Virgen.

[5] El prelado García Jiménez (1618-1690), de origen sevillano, había sido promovido a la Silla de Canarias en mayo de 1665 por el Papa Alejandro VII y visitó La Palma por primera vez en 1666 y volvió a finales de 1675.

[6] Considerado, sin duda, una de las personalidades más relevantes de La Palma en el siglo XVII, Juan Pinto de Guisla (1631-1695), clérigo presbítero, estudió en la Universidad de Salamanca, donde se licenció en Derecho civil y eclesiástico. Fue notario ordinario, consultor y calificador del Santo Oficio y beneficiado de la parroquia de El Salvador (1656). Nombrado visitador general de La Palma por el obispo García Jiménez, realizó una loable labor en la recopilación de datos y citas de historia de la isla, evitando con ello su pérdida.

[7] Lorenzo Rodríguez, Juan B. Noticias para la Historia de La Palma. pp. 12 y ss. Tomo I. La Laguna, 1975.

[8] Op. cit.

[9] Viera y Clavijo, José. Noticias de la Historia General de las Islas de Canarias. p. 691. Tomo II. Santa Cruz de Tenerife, 1971.

[10] Lorenzo Rodríguez, Juan B. op. cit. p 197.

[11] Op. Cit. 

[12] Pérez Morera, Jesús. Notas al manuscrito “Descripción Verdadera de los solemnes Cultos y célebres funciones que la mui noble y leal Ciudad de Sta Cruz en la ysla del Señor San Miguel de la Palma consagró a María Santísima de las Nieves en su vaxada a dicha Ciudad en el quinquenio de este año de 1765”.  p 85. Santa Cruz de La Palma, 1989. 

[13] Rodríguez Escudero, José Guillermo. Santa Águeda. La olvidada Patrona de Santa Cruz de La Palma. El Día, 18 de noviembre de 2006.

[14] Lorenzo Rodríguez, Juan B. Op. cit. p. 312.

[15] Op. cit. p. 312.

[16] Op. cit. p. 313.

[17] Fernández García, Alberto José. Real Santuario Insular de Nuestra Señora de las Nieves. León, 1980.

[18] Duque Acosta, Gabriel. Pregón de las Fiestas de la Bajada de la Virgen. En Diario de Avisos, 18 de junio de 1970.

[19] Martín Rodríguez, Fernando Gabriel. Santa Cruz de La Palma, la ciudad renacentista. p. 111. Santa Cruz de Tenerife, 1995.

[20] El protagonismo de los tres eruditos barrocos en los primeros lustros de la Bajada es indudable. Pedro Álvarez de Lugo y Usodemar (1628-1706), Juan Pinto de Guisla (1631-1695) y Juan Bautista Poggio y Monteverde (1632-1707) debieron coincidir en las Bajadas de 1646, 1659 y 1676, anteriores a la institucional de 1680 y también en la de 1678 con motivo del volcán de San Antonio, en Fuencaliente. Del último de ellos se conocen varias obras dedicadas a Nuestra Señora, que coinciden en su datación con las fiestas lustrales, caso de la loa sacramental La Hermandad (1680), loa a Nuestra Señora de las Nieves y El amor divino (1685), El Pregón (1690), El ciudadano y el pastor (1695), La Emperatriz (1700) y La Nave (1705).

[21] Paz Sánchez, Manuel [de]. La Ciudad. Una historia ilustrada de Santa Cruz de La Palma. p. 47. Santa Cruz de Tenerife, 2003.

Fotos: Juan Carlos Díaz Lorenzo