Cuando la goleta “Evelia” tuvo patente palmera

marzo 26, 2012

Juan Carlos Díaz Lorenzo

En el transcurso de 1966, la goleta «Evelia» sufrió una varada en la costa africana y su casco, desgarrado e inundado, quedó expuesto a la intemperie a modo de triste baliza. Por entonces, este veterano motovelero de la flota canaria contaba nada menos que 97 años de vida marinera «y fue entonces cuando comprendimos –en el decir marinero de Juan Antonio Padrón Albornoz- que, sin sentir apenas, se nos iba la estética y belleza de los finos veleros y que los océanos, huérfanos de sus velas, se angustiaban por ello. Desaparecían el crujir de los obenques y el flamear al viento de unos foques sobre erguido bauprés que, tras sí, llevaba las lonas tensas y repletas de viento».

Sin embargo, la goleta «Evelia» se resistía a morir y pudo ser reflotada y recaló de nuevo en Las Palmas, donde fue modernizada y reconvertida en motonave. Habían desparecido los palos, a popa se alzó una superestructura de corte moderno, con dos alerones y sólo la proa denotaba su interesante pasado.

Porque la «Evelia» había sido en sus años mozos un hermoso velero, legítimo orgullo de sus primeros propietarios cuando, en 1869, con el nombre de «Esther», fue construido y puesto a flote en los astilleros Nillus et Fils, en Le Havre, convirtiéndose en el buque insignia del Yatch Club de Francia. Su silueta de entonces se remataba entre los palos por una alta chimenea en leve caída, sobre los que largaba velas cangrejas.

Sin que nos haya sido posible precisar las fechas, en años sucesivos fue rebautizada con los nombres de «Barracouta», luego «Alsacia», de nuevo «Barracouta» y, por último, antes de abanderarse en España, «Fauvette».

La segunda etapa de su vida marinera transcurrió en aguas de EE.UU., antes de la Segunda Guerra. Los registros del Lloyd’s mencionan inspecciones realizadas en Nueva York y Boston, pero poco más aclaraba su presencia en aguas norteamericanas. De todos modos, cuando regresó a Europa, la máquina alternativa de triple expansión había sido sustituida por un motor semi-diesel y los gases se exhaustaban por dos escapes laterales. Conservaba, no obstante, la arboladura y arbolaba las velas cangrejas y así pasó a bandera española, con matrícula de Bilbao, cuando fue adquirido por Zacarías Lecumberri.

Y fue así como la goleta «Evelia» vino a navegar en aguas de Canarias por primera vez en su dilatada historia marinera. Pero sí curiosa resultaba la embarcación, no menos lo era su propietario, quien, entre otras funciones, además de capitán de la Marina Mercante había sido piloto de Aviación Civil y también torero.

La goleta "Evelia", perdido el bauprés, arriba a Santa Cruz de Tenerife

De este personaje, el escritor Wenceslao Fernández Flórez escribió en su obra titulada «Toros» que «Lecumberri era verdaderamente el valor con mayúscula» y agregaba que aunque le apasionaba torear «fundamentalmente le gustaba el peligro». Y relata una anécdota de su afición por el toreo que no tiene desperdicio y que bien merece ser relatada en esta ocasión.

En cierta ocasión, el toro le lanzó como una catapulta contra la barrera. Lecumberri quedó con la cabeza apoyada en las tablas, conmocionado, tras el golpe que resonó en toda la plaza y perdió momentáneamente el sentido. Allí estaba como un muñeco, con el cuerpo extendido y los ojos cerrados. Poco a poco los abrió; miró al frente como para recuperar la noción de donde se hallaba, y entonces vio al toro, que se había inmovilizado ante él.

De pronto, Lecumberri comprendió lo ocurrido. Se levantó y avanzó hacia el toro, a cuerpo limpio, con el aire de un hombre que va hacia otro hombre que le ha ofendido y a quien quiere castigar. Cuando estuvo frente al animal, Zacarías Lecumberri cerró a puñetazos sobre él.

Sí, a puñetazos. Los puños de nuestro personaje caían una y otra vez sobre el hocico del toro que -y esto fue lo extraordinario- comenzó a retroceder, como asustado por aquella furia. Fernández Flórez opinaba que, más que susto, era asombro y desorientación lo que en aquellos momentos sentía el toro. La bestia habría calculado cuanto podía esperarle en el ruedo pues, en opinión del escritor, en las ganaderías los toros se comunicarían los conocimientos de lo que la lidia suele ser. Contaba, por tanto, con ser picado y capoteado y banderillado y estocado, pero de ninguna manera con ser sometido a una sesión de golpes. Y es que los puños de Lecumberri eran como martillos.

El toro concluyó por dar la vuelta y huir, acompañado por las carcajadas del público. Y decía Fernández Flórez que el armador y capitán de la «Evelia» fundó el lecumberrismo, pero nadie fue capaz de seguirle por tan arriesgada senda.

Otros antiguos yates -entre los que destacaba el «Golden Eagle», después “Águila de Oro”, que pasó a manos de Juan Padrón Saavedra y el «Frasquita», que había sido propiedad del fantástico emperador del Sahara- fueron reconvertidos en cargueros para el cabotaje interinsular y con ellos también navegó la goleta «Evelia», primero como propiedad de la firma Toledo Rodríguez y a partir de 1952 de los hermanos Hernández Medina, de Santa Cruz de La Palma.

La vida marinera de la goleta había transcurrido con normalidad hasta que el 30 de mayo de 1955, su proa se incrustó en la amura de babor de la balandra «Nieves», que estaba recién reparada, cuando ambos buques navegaban en demanda de Santa Cruz de Tenerife. A unas veinte millas de Punta Anaga, la goleta «Evelia» la abordó y la hundió sin remedio, pudiendo rescatar sana y salva a la tripulación. En ese encontronazo nuestro barco perdió el bauprés -que ya no habría de recobrar en el resto de su vida marinera- y su macizo casco de hierro apenas sufrió daños.

Diez años después, en diciembre de 1965, el nombre de la “Evelia” volvió de nuevo a la primera página de los periódicos cuando navegaba en viaje a Sidi Ifni y se cruzó por su proa el pesquero marroquí «Le Petit Pierre». En mala hora. El patrón de la goleta isleña maniobró para evitar la colisión, pero el golpe fue tremendo y tras la embestida el barco contrario se hundió. Asombrosamente, los daños en el casco del antiguo yate fueron inapreciables.

Después se planteó la necesidad de una reforma y en 1965 la «Evelia» perdió la gallardía de su glorioso pasado de velero. Volvió a navegar reconvertido en pequeña motonave y, de acuerdo con la Lista Oficial de Buques, registraba 198 toneladas brutas, 172 netas y 220 de peso muerto, con unas dimensiones de 38,50 metros de eslora total, 6,11 de manga, 3,48 de puntal y 2,98 de calado máximo. Un motor semi-diesel, de 120 caballos, le permitía una velocidad de cinco nudos. En 1969, cuando contaba con un siglo de existencia sobre sus cuadernas, quedó amarrada en Las Palmas y así finalizaron sus singladuras en la mar isleña.

Foto: Archivo Juan Carlos Díaz Lorenzo

2 respuestas to “Cuando la goleta “Evelia” tuvo patente palmera”

  1. cesar estornés ibargüen said

    si miras mi blog he publicado una biografia de zacarias lecumberri
    blog de cesar estornes de historia y deportes,un saludo Cesar

  2. […] hemos podido concretar la fecha en la que Zacarías Lecumberri compró la goleta “Evelia”, pero pensamos que pudo ser en 1944, que es cuando aparece registrado por el Lloyd’s a su nombre. […]

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