El encanto rural de Gallegos

febrero 18, 2014

Juan Carlos Díaz Lorenzo

Durante años, muchos años a decir verdad, Gallegos vivió aislado en medio de profundos barrancos y apenas comunicado por mar a través del pequeño proís de su mismo nombre al pie de la costa abrupta y por los senderos de la cumbre y los caminos reales. Así, en un espacio físico muy limitado y lleno de necesidades y de carencias de todo tipo, pasó tiempo. Sin embargo, la agudeza y el ingenio de sus gentes, ha puesto de manifiesto que han sido capaces de superar las severas dificultades impuestas por la accidentada orografía, aliviadas en parte cuando en la década de los años cincuenta del siglo XX se construyó una carretera de difícil trazado y acceso, lo que facilitó la emigración de sus gentes hacia otras comarcas de la Isla, así como a Tenerife y en Venezuela, donde la presencia de gallegueros tiene bastante notoriedad.

Gallegos, escribe Leoncio Afonso, “tiene personalidad propia y diferenciada. Ha constituido un mundo aparte, aislado, fuera de las rutas interiores”. El territorio está accidentado por numerosos barranquillos que confluyen en el barranco de Medina, profundamente encajado en su tramo final, donde forma un estrecho lomo en su interfluvio con el de Franceses, y que aísla a una parte del tablado de Gallegos, donde se asienta la población y los cultivos de regadío, que aprovechan el agua de los manantiales de las zonas altas, y que llegan hasta el pueblo convenientemente canalizados, donde abastece a la población así como a la agricultura de subsistencia que en los últimos años ha sido sustituida parcialmente por el plátano.

El lomo de Gallegos termina en un acantilado de más de 200 metros de altura, produciéndose, como pocas veces, un violento contraste entre lo agreste y lo humanizado. La costa Norte de La Palma está formada por altísimos escarpados cortados por profundos barrancos que descienden desde las cumbres. Únicamente es accesible por tres puntos y para ello han sido acondicionados por el trabajo del hombre y sólo abordables en excepcionales condiciones de tiempo. En contraste con los altos escarpados, la costa tiene los fondos más aplacerados y menos hondables de la isla.

Vista parcial de Gallegos, en una fotografía de 1919

Situado sobre un lomo de terreno en pronunciada pendiente, obligado por los condicionantes geográficos y en una disposición similar a los pagos de Franceses y el Tablado de la Montañeta, en Garafía, el acceso al pequeño puerto era, sin embargo, difícil y peligroso, pese a lo cual los gallegueros, maestros de su peculiar destreza aprendida por la rigurosa imposición del medio natural, subían mercancías y bajaban varas de tomateros, que cargaban a marea llena y mar tranquila en los pequeños barcos de cabotaje que recalaban al socaire del impresionante risco que cae a plomo sobre el mar. A mediados del siglo XIX, Pascual Madoz escribe en su célebre “Diccionario” que Barlovento “está situado al pie de las escarpadas cimas de la cumbre, inmediato a la playa del mar con buena ventilación, cielo alegre, despejada atmósfera y clima saludable”. Y agrega, después de nombrar a los diferentes pagos, que tiene “bastante número de casas esparcidas, de poca altura y por lo común cubiertas de paja”.

René Verneau escribe apenas unas líneas de Barlovento, después de haber admirado la grandiosidad de la Caldera de Taburiente, y dice que “se encuentra bastante miserable a esta pobre aldea, con sus chozas diseminadas por todos lados”, criterio similar al expresado de Tijarafe, donde se encontró con una “pobre aldea” y en Puntagorda “las casas bajas, diseminadas, cubiertas de paja, denotan, desde el primer momento, que sus habitantes no nadan en la abundancia”.

La característica más sobresaliente de la casa en el medio rural de La Palma es su funcionalidad, proporcionada por sus elementos constructivos y el sentido del espacio. No sólo es la vivienda propiamente dicha para el hábitat familiar, sino que también surgen otras construcciones características del entorno. Así, donde se cría ganado, hay corrales y pajeros; donde hay viñas, lagares y bodegas y donde hay producción de cereales, graneros y molinos; además de aljibes para almacenar el agua, elemento imprescindible para poder vivir.

La casa palmera en particular, y la canaria en general, guarda una especial relación y coherencia entre paisaje y arquitectura y hasta la llegada de los indianos se resiste a las innovaciones impuestas por los estilos y las modas foráneas, lo que en algunas zonas, como es el caso de la cornisa del Norte de La Palma, se acusa mucho más debido al aislamiento.

La arquitectura rural –arquitectura sin arquitectos, como la ha definido Juan Julio Fernández- se caracteriza por gruesos muros de piedra basáltica, de gran resistencia y barro, reforzados en las esquinas con cadenas de sillares, técnica de origen lusitano. Las casas de los propietarios más pudientes eran de piedra y barro encaladas y techumbres de madera de pino de tea y teja y las más ricas se pavimentaban con tablas de tea, lo que se conoce como “suallado”.

La tipología de la casa palmera tiene una clara influencia portuguesa, que está muy arraigada en la construcción tradicional y su presencia se advierte con suma facilidad en muchas viviendas de toda la Isla. La simetría en los vanos, las ventanas de guillotina y el contraste dicromático de las piedras con los muros encalados, constituyen unos claros referentes.

La casa rural más habitual es la casa terrera de una planta donde se agrupan todas las habitaciones y la cocina es un anexo aislado del resto, que en ocasiones dispone de horno para hacer pan. También existen casas de dos pisos, llamadas “sobradadas”, ocupadas por agricultores o comerciantes acomodados, en las que el piso bajo sirve de almacén, lonja o venta de ultramarinos y el piso superior está dedicado a la vivienda.

La cubierta, en la mayoría de los casos, es de teja árabe a cuatro aguas, aunque desde principios del siglo XX también se encuentra la teja plana, llamada marsellesa o alicantina. La solución a cuatro aguas es, sin duda, la más compleja, aunque también la más frecuente en la casa tradicional palmera y aporta una notable originalidad plástica y una elegancia en las formas realmente admirable.

La teja sustituyó a los techos de colmo, palma, cañizo y ramas, que son materiales inflamables. Los cabildos promovieron el cambio para evitar desastres en caso de incendio y durante años el yacimiento proveedor de este material se encontraba en La Laguna, hasta que se prohibió su extracción debido a los grandes hoyos y el peligro que representaba para el ganado, por lo que la escasez de la producción local ha sido cubierta con la importada de la Península.

La casa palmera de una planta suele tener, por lo común, una sola puerta de entrada, abierta en el espacio intermedio y sendas ventanas a cada lado. En algunos casos, las ventanas disponían de dos asientos de un cuarto de cilindro, rematados con tablones de tea, que permiten sentarse para las labores del bordado artesanal y mirar o atender al exterior, mientras que en otros casos, los huecos de las ventanas llegan hasta el suelo, aunque la misión de las puertas laterales queda limitada respecto de la puerta principal. En otros casos, sobre todo en las casas de dos pisos, el acceso se resuelve por un lateral, solución bastante frecuente en el medio rural palmero.

El aljibe tiene forma cúbica o circular y se trata de un depósito subterráneo o de arrimo con paredes y fondo de mampostería en el que se recoge el agua de la lluvia, canalizada desde el tejado por un canal de madera o mampuesto o por un surco amplio que en los dominios de Garafía se denomina “rego”, y que puede tener una longitud considerable, de más de un centenar de metros.

En su recorrido hasta el aljibe, el agua arrastra tierra, arena y pequeñas piedras, por lo que primero el líquido pasa al “coladero”, donde se decanta y el agua limpia entra al aljibe. Al llenarse, rebosa por unos huecos abiertos en la parte superior de una de las paredes, denominados “embornales”, lo que se traduce en la garantía de tener agua todo el año.

Hasta el siglo XIX, en que se generalizó el uso de la cal para recubrir el trabajo de mampostería de los aljibes, abundaron los tanques de madera de tea, que se calafateaban -siguiendo el mismo sistema utilizado en los barcos- para garantizar su impermeabilidad. Desde los primeros tiempos de la conquista, los tanques de tea formaron parte del paisaje agrario de La Palma.

El viajero portugués Gaspar Frutuoso los cita cuando dice que en las tierras de Mazo y las Breñas “por no haber fuentes en estos lugares tienen tanques de agua tan grandes, hechos de madera de tea, que algunos llevan mil botas de agua, que conservan fresca y gustosa, que los médicos dicen que es gracias a esta agua que beben los isleños el ser tan sanos”.

Abreu Galindo se refiere también a la falta de fuentes de agua en La Palma y señala que “y no poderse los vecinos del campo sustentar con ellas, la necesidad les hizo inventar tanques de madera de tea, los cuales calafateaban y breaban y al mismo tiempo del invierno recoger en ellos de los tejados o de las quebradas y vallados el agua que han menester para el servicio de sus casas y sustentación de sus ganados…”.

El tinglado, llamado también “alpendre”, es una especie de pórtico de madera con cubierta de teja, apoyado en pies derechos y, en los más antiguos, en muros laterales, que se encuentra en las casas situadas a la vera del camino. Tiene un claro origen portugués derivado de las galileas lusitanas y se utilizó como lugar de estancia y reunión, para guardar aperos de labranza, carbón, leña, así como parada en el camino en los que existía una venta rural. La cocina se construía casi siempre separada del cuerpo principal de la casa, independiente y de unas mínimas dimensiones, situándose al lado contrario de los vientos dominantes para reducir el riesgo de incendios. Tiene una forma bastante precaria, con paredes de piedra seca y cubiertas de teja vana, dotada de un simple poyo para cocinar. Los humos escapaban entre las tejas, en ocasiones levantadas a propósito, lo que ha permitido con el paso del tiempo configurar la casa en forma de L y en unos casos más concretos, en forma de U.

El uso de la chimenea llegó más tarde, lo mismo que el cuarto de baño. Con el paso del tiempo se habilitó un pequeño cobertizo de piedra seca, de diseño muy precario y cubierta a un agua, sobre un pozo negro, que en el Norte de La Palma le llaman “cuarto preciso” y mucho más reciente en el tiempo, especialmente después de que llegaran las primeras remesas de dinero de los emigrantes en Venezuela, adquiere una forma más funcional.

Desde el punto de vista arquitectónico, una de las casas más interesantes de Gallegos está en la Cuesta de la Cancela y se la conoce como la casa de la Merina. Recuerda, en cierto modo, a la casa de José María Pérez Castro, “Gato Amarillo”, en Hoya Grande (Garafía), con una fachada de dos plantas y un monumental balcón corrido de pinotea. Reclama una necesaria restauración y bien merece que se conserve en buen estado.

En Gallegos, al igual que en Franceses, y escalonado entre los 400 y 600 metros de altura, perviven todavía algunos ejemplos de una antigua vivienda rural que, al igual que otros lugares de la comarca, tiene la particularidad de tener la cubierta de tablones de pinotea, a dos aguas y con muros de piedra seca. Separado por el barranco, y en lo bajo del lomo de La Crucita, existe una serie de cuevas que antaño fueron habitación y en la actualidad están abandonadas o sirven de corral de ganado.

A finales de la década de los cuarenta del siglo XX comenzó el éxodo del pueblo galleguero hacia Venezuela. Los primeros emigrantes salieron en 1948. Con el paso de los años, y el envío de las remesas económicas, las familias que quedaron en el barrio invirtieron dinero en la mejora de sus viviendas, como se pone de manifiesto en la construcción de los típicos añadidos que nada tienen que ver con el estilo arquitectónico seguido hasta entonces. Se fabrica el cuarto de baño simple y otros anexos a la vivienda principal, debido, en la mayoría de los casos, al crecimiento de la familia y al casamiento de alguno de sus miembros. Fruto del desarrollismo de esa época encontramos varios ejemplos en el barrio de Gallegos, al igual que sucede en otras partes de la isla.

El barrio de Gallegos celebra cada 26 de agosto el día grande de sus fiestas en honor de la Virgen de la Caridad del Cobre, imagen traída de Cuba en 1959. La venerada imagen recorre a hombros el barrio, presidida por la Cruz de Gallegos. La primera parada se produce delante de la Cruz de la Fuente, luego continúa el ascenso por el lomo de Los Castros, donde algunos vecinos de esta zona esperan al paso de la imagen para sumarse al recorrido procesional. Allí tiene lugar la segunda parada antes de regresar a la iglesia de la Santa Cruz, en la plaza de La Cancela, en medio de una gran devoción.

Foto: Archivo de Juan Carlos Díaz Lorenzo

Una respuesta to “El encanto rural de Gallegos”

  1. Alvaro said

    Muy interesante

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