La villa de San Andrés, remanso de paz

noviembre 20, 2009

A Miguel y Olga, vecinos y amigos de la villa de San Andrés, en expresión de gratitud

Juan Carlos Díaz Lorenzo

En todos los pueblos de La Palma encontramos rincones de singular belleza, llenos de paz y quietud en el sereno transcurrir de las horas, y en algunos de ellos, como ocurre en la villa de San Andrés, parece que el tiempo se hubiera detenido. El caserío tiene un encanto especial. En cualquiera de las esquinas y los rincones de este bello enclave de la geografía insular, la historia se asoma por las empedradas calles y los blasones de las casas señoriales se convierten en testigos de un pasado glorioso, que remonta sus orígenes a los primeros años del siglo XVI.

Muy cerca, en la orilla inmediata, la frontera del inmenso mar. El mar que rompe con fuerza en la costa abrupta y se extiende hasta el horizonte infinito bajo su manto azul. En la noche, como cada noche desde hace más de cien años, los haces de la luz salvadora del faro de Punta Cumplida marcan la derrota de los navegantes. En tierra, la brisa de la cumbre se acelera en su recorrido y susurra entre las esbeltas palmeras y el entramado meticuloso de las hojas de las plataneras, como antaño lo hiciera entre los altivos cañaverales que daban vida a los ingenios azucareros.

La arquitectura tradicional encuentra aquí uno de sus ejemplos más interesantes. El conjunto de viejas casonas señoriales, la mayoría felizmente conservadas, se dispone junto a la recoleta plaza donde eleva su pétrea estructura la iglesia de San Andrés, y las calles adyacentes. Al arrullo de las palmeras, la pequeña fuente derrama sus chorros de agua dando vida a los jardines que la circundan. El lugar es de una gran belleza. En San Andrés, parece que el tiempo se detuviera.

Allí, desde hace mucho tiempo, manos amigas reciben siempre con su mejor sonrisa. Y el cronista siente la vocación de la deuda permanente, envuelta en halo de gratitud, de volver al feliz reencuentro en cualquier momento. Al reencuentro de la amistad y al reencuentro con la Historia, que en este lugar tiene un especial encanto y protagonismo.

Las calles de la villa de San Andrés, de sencillo trazado y en pendiente, hay que recorrerlas a pie para observar con detenimiento cuantos detalles encontramos en nuestro recorrido. A cada instante apreciaremos evocaciones del pasado y entonces comprenderemos mejor su importancia y su protagonismo.

Cuando Europa vivía la euforia del Renacimiento italiano, en este lugar se había consolidado un asentamiento poblacional que daría origen, en el transcurso de los años, a una de las comarcas más ricas y prósperas de la isla, lugar donde las principales familias del Antiguo Régimen establecieron sus reales, mientras el campesinado que les asistía en los cultivos se vieron desplazados a la parte alta de Los Sauces.

En los siglos XVI y XVII, San Andrés se convirtió en un importante centro comercial y pronto adquirió el título de villa. Las crónicas de la época cuentan que llegó a tener tres escribanías, y entre sus habitantes figuraban familias consideradas entre las más distinguidas de la isla.

El puerto natural de la comarca conoció épocas de gran auge y esplendor, hasta el punto de convertirse en uno de los de mayor actividad exportadora de la isla. En la actualidad, y gracias al celo que han puesto los gobernantes municipales de los últimos años y el interés y la constancia de los actuales vecinos, podemos apreciar los restos de lo que fue su pasado de grandeza, con unas casonas señoriales entre palmerales y plataneras, que conforman uno de los rincones más bellos de toda la isla.

La paz y la quietud que hoy se respira en la villa de San Andrés, discurre en torno a la antigua parroquia bajo la advocación del patrono que lleva su nombre, y que está considerado uno de los primeros templos que se construyeron en la comarca, pues en el año de gracia de 1515, es decir, apenas 22 años después de finalizada la conquista de la Isla, en las Sinodales del obispo Fernando Vázquez de Arce, ya aparece declarada como iglesia parroquial, siendo confirmada por real cédula del emperador Carlos V, que tiene fecha de 15 de diciembre de 1533.

La mencionada Real Cédula de 1533 concedió los beneficios de Puntallana y La Galga y San Andrés y Sauces, aunque no consta si fueron segregados de la jurisdicción parroquial de la capital insular después del citado año o lo habían sido antes, en virtud de lo dispuesto en las citadas Sinodales.

El primer libro de bautismos data de 1548. Por las anotaciones hechas en él se sabe que el 24 de enero de 1566 tomó posesión del beneficio el sacerdote Francisco Rodríguez Lorenzo, que fue el primer cura con título real y que había relevado a su predecesor, Juan Lorenzo.

Por entonces dependía del beneficiado de San Andrés la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, «distante un cuarto de legua, servidas ambas por un mismo párroco», excepto en las fechas de Semana Santa y Pascua de Resurrección, en que los vecinos de Los Sauces pagaban a un sacerdote para que hiciera los oficios religiosos. En San Andrés se celebraban las fiestas patronales en su fecha correspondiente y en Los Sauces en los domingos infraoctavos.

Desde su creación y durante algún tiempo, la parroquia de San Andrés tuvo una amplia jurisdicción que llegaba hasta Barlovento, de modo que en el censo de 1585 figuran juntos los habitantes de ambas comarcas. La iglesia, restaurada hace unos años, lo mismo que la plaza, posee una gran riqueza artística, figurando en ella varias tallas de arte flamenco, traídas por los mercaderes para los propietarios de la zona, que las ofrecían a la iglesia.

En el libro de mandatos de la citada parroquia se encuentran algunas disposiciones de los obispos y visitadores que son dignas de interés. Entre ellas hay que destacar una que corresponde al obispo Francisco Martínez, en la visita realizada el 18 de abril de 1603, en la que hace constar:

«Otrosí: Porque a mi noticia ha venido que en algunos de los dichos lugares toman por devoción mayormente en tiempo de necesidad de agua de hacer procesiones fuera del término de su lugar en mucha distancia, de lo cual se han seguido y siguen muchas riñas y pendencias entre los vecinos; y demás desto, muchas deshonestidades entre hombres y mugeres quedándose a dormir por los campos, o quedándose atrás de las tales procesiones en los barrancos y lugares escondidos con achaque de que no pueden caminar tanto, en lo cual en lugar de aplacar a Dios nuestro Señor para que les conceda lo que piden en tales procesiones, no solamente no lo hacen, pero antes le ofenden más gravemente e indignan para que no se les conceda».

Otro de los mandatos corresponde a la anotación del visitador y vicario general del obispado, Gaspar Rodríguez del Castillo, fechado el 22 de abril de 1610, en el que ordena lo siguiente:

«Que de aquí en adelante ninguna mujer entre ni salga de la iglesia con sombrero, pasados de cuatro pasos, so pena por la primera vez, dos reales; por la segunda, cuatro; y la tercera, el sombrero perdido por tercias partes, Juez, Fiscal y el Santísimo Sacramento».

En el siglo XIX

Pascual Madoz, en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850), escribe de la villa de San Andrés que se encuentra «en un pequeño y delicioso valle entre los barrancos del Agua y de San Juan, con cielo alegre, buena ventilación y clima saludable. Forma ayuntamiento con el lugar de Los Sauces y los pagos de Galguitos, Las Lomadas y barranco del Agua. Tiene 658 casas, pocas de ellas agrupadas en el centro de la jurisdicción y las demás esparcidas en los referidos pagos, y una iglesia o parroquia bajo la advocación de San Andrés, de la que es aneja la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate que se halla en Los Sauces, servida por un cura, un presbítero y dos sacristanes: el curato es de primer ascenso y se provee por S.M. o el diocesano, mediando oposición en concurso general. Hay una escuela de primeras letras, un pósito de corto capital y cuatro ermitas dedicadas a San Sebastián y San Juan Bautista en el pago de Los Galguitos; a San Pedro en el de Lomadas y a Nuestra Señora en el barranco del Agua. Antes de la exclaustración hubo un convento de frailes franciscos, cuya iglesia y edificio nada tienen de particular».

«El terreno es de buena calidad y abundante en aguas. Produce trigo, cebada, maíz, patatas, legumbres, orchilla, vino, frutas de varias especies, ganado cabrío, lanar y vacuno, abundantes pastos», con una población, por entonces, de 2.635 vecinos.

Así pasaron los años en la vida apacible y sencilla de la villa de San Andrés, aunque en recelo con la localidad de Los Sauces, como lo acredita el hecho de que en el año de 1855 se dispuso «para cortar rivalidades antiguas entre ambos pueblos», que se alternase el orden de las fiestas, es decir, que se hicieran las fiestas principales en los días en que correspondían según el almanaque, un año en una parroquia y otro año en la otra, «y que ambas se considerasen como iguales».

La villa de San Andrés, reflejo de historia y tradición

La viajera inglesa Olivia Stone, que visitó La Palma en 1887, escribe en su libro Tenerife y sus seis satélites, refiriéndose a la villa de San Andrés, que «es un lugar mucho más antiguo que Los Sauces pero como, por desgracia, no posee agua sino que tiene que abastecerse del barranco, está decayendo ante su rival más joven y más próspero. San Andrés es famoso porque posee la iglesia más antigua de La Palma. La visita mucha gente procedente de todos los puntos de la isla, que viene a que le cure el Gran Poder de Dios, favor que concede a los que visitan la iglesia. Como en Los Sauces, aquí también hay muñecas vestidas y figuras de cera colgadas alrededor de una columna particular. El piso de la iglesia es de ladrillos rojos y blancos, colocados entre trozos oblongos de madera. También nos mostraron unas imágenes talladas de San Juan y de la Magdalena y una talla, de tamaño real, de un Cristo yaciente, en una caja de madera: «El Cristo muerto» lo llamaban. Sólo alcanzamos a oír la palabra «muerto» y, cuando vimos la caja, pensamos que nos iban a mostrar un cadáver o una momia. Estas imágenes fueron todas hechas y regaladas a esta iglesia por un hijo de la Ciudad. Fuera, en el patio de la iglesia, crece el eucalipto, curativo y aromático. Cerca de la iglesia se encuentran las ruinas del convento de la Piedad. Su último monje, San Francisco, murió alrededor de 1867″.

Otro viajero inglés, Charles Edwardes, autor del libro Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888), describe el lugar diciendo que «la iglesia se levanta en su pequeña y descuidada plaza. Nada hay de excepcional en ella excepto sus pinturas melodramáticas, su altar, fechado en 1694, y su añejo techo de madera. El sacristán nos lo enseñó todo, incluidas las enmohecidas botas del cura y sus calcetines, que se guardaban en la sacristía junto con los vasos sagrados».

«Hoy en día -prosigue-, San Andrés y Los Sauces forman una sola población, de la que la primera es su parte inferior. El distrito es famoso por sus aguas, su fertilidad y su aire puro y estimulante. Si La Palma ha de tener un sanatorio, éste debería ser construido en Los Sauces, cuya parte superior se halla a más de mil pies sobre el nivel del mar. Varias hermosas casonas y fincas, con sus jardines, otorgan un grado de esplendor a las afueras del pueblo que contrasta con el rosco y austero casco. Un enorme y antiguo monasterio, compacto como una ciudadela, se alza desde su soberbia posición. La plaza contiene un jardín italiano de palmeras, naranjos y multitud de arbustos y flores salpicados de estatuas. Al llevar largo tiempo desatendido, sus elementos luchan y se estrangulan entre sí».

Publicado en DIARIO DE AVISOS, 18 de marzo de 2007

Foto: Juan Carlos Díaz Lorenzo

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