Por los caminos de Las Manchas

septiembre 6, 2011

Juan Carlos Díaz Lorenzo

Recorriendo los viejos caminos reales de la antigua hacienda de Las Manchas, y evocando recuerdos familiares en personas y años idos para siempre, nos resulta posible desgranar una parte de la historia de este territorio de secano, situado en el suroeste de la isla, en el que el ingenio y la mano del manchero abnegado y sacrificado ha sido capaz, en el transcurso de las sucesivas generaciones, de sacarle el mejor provecho posible.

En la actualidad, Las Manchas es una población próspera del valle de Aridane, en la que la agricultura, que hasta hace poco era el punto dominante de su economía, se combina con un sector emergente, el turismo rural, que cada día gana más terreno. Bien es verdad que una parte de sus habitantes han encontrado su sustento en otras actividades profesionales fuera de su entorno, y no obstante mantienen su residencia en la localidad, pues disfruta de una envidiable tranquilidad. Pero hasta llegar aquí, el camino no ha sido fácil.

La histórica ermita de Las Manchas. Sería aconsejable suprimir el tendido aéreo

El territorio de Las Manchas se extiende desde Jedey hasta El Paraíso, llamado también Alcalá y comprende, además, los núcleos de población denominados San Nicolás, donde se asienta la histórica ermita del siglo XVII y el núcleo más compacto de población; y Las Manchas de Abajo, conocido también como El Barranco. En total, según el censo de 2005, tiene una población de 1.616 habitantes.

A finales del siglo XV, dicha zona formaba parte de los cantones aborígenes de Tihuya y Guehebey. El primero, según describen las crónicas de Abreu Galindo, lindaba por el norte con el cantón de Aridane y por el sur se extendería hasta el barranco de Tamanca, mientras que el territorio de Guehebey se le suponen linderos por el norte con el cantón de Tihuya y por el sur hasta Los Charcos, donde le separaba del cantón de Ahenguareme, que corresponde en la actualidad a la mayor parte del municipio de Fuencaliente de La Palma.

En el transcurso de pocos años, después del reparto del territorio y sucesivas operaciones mercantiles en torno al lucrativo negocio de la caña de azúcar, el territorio se convirtió en la hacienda de la familia Massieu, época de la que conserva dos elementos arquitectónicos que forman parte del patrimonio de interés cultural de la localidad: la ermita de San Nicolás, construida por mandato de Nicolás Massieu van Dalle y Rantz -de la que ya nos ocupamos en una crónica anterior- y la portada de Cogote, restaurada recientemente, y que era la puerta de acceso, construida posiblemente a finales del siglo XVII en mampostería ordinaria con piedra de cantería labrada en el marco de la puerta y rematada por tres perillones, uno de los símbolos del poderío de sus propietarios.

Portada de Juan Cogote (siglo XVII)

Desde 1837 el territorio de Las Manchas pertenece a los municipios de El Paso y Los Llanos de Aridane, tomando como línea de separación el antiguo camino real, sustituido en parte y desde comienzos de la pasada centuria por el trazado de la carretera general del Sur a su paso por la localidad.

Desde hace algo más de un siglo y hasta fechas recientes, los habitantes de Las Manchas han abrigado la idea –que aún sigue y seguirá latente- de su independencia municipal. En 1871 tomaron la iniciativa José Anselmo Gómez y Sebastián Martín González, dos vecinos que conjuntamente con otros paisanos de Los Campitos y Todoque, proponían la separación de estos enclaves y de parte del pago de Tajuya, de las respectivas jurisdicciones municipales de Los Llanos de Aridane y El Paso, para la formación de un nuevo municipio que se denominaría San Nicolás de Las Manchas.

Sin embargo, tal pretensión vecinal encontró la frontal oposición de los respectivos ayuntamientos, que emitieron informes negativos a la segregación propuesta, de modo que la Diputación Provincial de Canarias la desestimó al no considerarla justa ni fundada. El panorama social y económico habría influido en ello de manera decisiva. La comarca, de una marcada pobreza y escasez de recursos, con falta de agua para mantener una actividad agrícola que le garantizara una mejor subsistencia, no tenía los medios suficientes para asegurar su desenvolvimiento y contribuir al pago de los impuestos.

Con sus mejores hombres emigrados en Cuba, el panorama de Las Manchas se mantuvo en términos muy parecidos en las décadas siguientes. La llegada de la carretera general, a comienzos del siglo XX, permitió cierta mejoría, aunque las dificultades de todo tipo persistieron durante bastantes años, haciéndose especialmente grave con motivo de la erupción del volcán de San Juan, ocurrida en los meses de junio y julio de 1949, que causó diversos años en viviendas y dejó improductivos gran parte de los viñedos de la comarca.

Después llegó la etapa de la emigración a Venezuela. El envío de las remesas de dinero de los emigrantes hizo posible un florecimiento del nivel de vida de las familias que quedaron en Las Manchas. Aún así, tendrían que pasar unos cuantos años más para hasta que el desarrollo social y económico permitió una mayor independencia de su población.

En la historia de Las Manchas ocupa un puesto relevante la figura de José Antonio Jiménez (1873-1946), apodado «Patachueca», considerado un auténtico benefactor del bienestar de sus vecinos. Entre sus principales méritos destaca la conducción de agua potable mediante una tubería desde El Paso y la construcción del cementerio. Nuestro buen y viejo amigo Primitivo Jerónimo nos facilitó en su momento estos y otros datos de interés.

En una comarca donde la lluvia ha sido tradicionalmente un bien escaso, la única posibilidad que existía entonces de almacenar el agua era en los aljibes, lo que permitía racionarla durante el año, aunque es de advertir que no todas las casas lo tenían. Cuando se trataba de un año seco y se agotaba el suministro, entonces había que ir a buscarla a las fuentes del monte –Los Cubos, Nambroque, El Tión, en Fuencaliente; y Pascual, que fue sepultada por las cenizas del volcán de 1949- o desde los chorros públicos de El Paso y Todoque -en este último, llamado Los Pasitos, a partir de 1902-, en un trabajo de horas y considerable esfuerzo debido a las considerables distancias que había que recorrer a pie. Hasta que llegó la carretera -y aún después-, los viejos caminos reales fueron la única vía de comunicación con el pago de Las Manchas.

A principios del siglo XX surge la figura de este campesino, que contribuyó decisivamente a mejorar el nivel de vida de sus paisanos. Nadie mejor que el profesor Primitivo Jerónimo conoce bien su trayectoria, pues ha profundizado en diversos aspectos de su vida, rescatándolo de ese modo para memoria de las nuevas generaciones. Su primer desafío consistió en traer el agua potable en tubería desde El Paso hasta el chorro de la ermita. El aporte de las pocas familias que entonces tenían recursos económicos para ello era voluntario y no les daba derecho alguno respecto de los que nada podían aportar, sobre el uso y disfrute del agua.

La disposición del dinero necesario para acometer dicha obra se convirtió en un esfuerzo titánico. A partir de 1908 se conservan algunos recibos de las suscripciones voluntarias, así como de las prestaciones, también voluntarias, de muchos vecinos, en forma de trabajo, para lograr que el agua llegara a su barrio. Un familiar del promotor, Juan J. Jiménez González, que residía en Cuba, donó 250 pesetas para la obra, cantidad de dinero considerable para la época, en un gesto que se recuerda en una placa expuesta en la plaza de la ermita y en homenaje al citado donante.

Placa conmemorativa de la donación de 250 pesetas

Después de superar numerosas dificultades de diverso orden, el 15 de abril de 1912 llegó el agua potable al chorro de la ermita de Las Manchas. Como es lógico, los vecinos que vivían cerca fueron los más directos beneficiados, pero aún quedaban otros, que eran mayoría, más lejos, por lo que se decidió continuar la instalación de la tubería hasta el pago de Las Manchas de Abajo, llamado también El Barranco, a donde llegó en 1921.

La segunda iniciativa de José Antonio Jiménez fue la construcción del cementerio de Las Manchas. Como el lector puede comprender, el traslado de un cadáver para darle sepultura en Los Llanos o en Tazacorte era un trabajo penoso, que se hacía a hombros por los caminos reales. Nuestro protagonista convenció a sus paisanos de la necesidad de construir un camposanto propio y para ello se eligió un lugar equidistante, situado en las proximidades de la montaña de Cogote, donde se iniciaron los trabajos, asimismo con prestaciones voluntarias de los sufridos vecinos de Las Manchas. En 1935 se realizó el primer entierro, que correspondió al cuerpo de una mujer llamada Telva González López, vecina de El Charco.

«A nuestro personaje -escribe Primitivo Jerónimo en La Voz de Tamanca– lo recuerdan lo que vivieron en su época como una persona ejemplar, valiente en plantear soluciones a los problemas y con voluntad absoluta para luchar por Las Manchas. Trabajó en varias actividades: algunos lo recuerdan de panadero en su etapa de El Cantillo, fabricante de ataúdes, vendedor de tabaco que traía de Puntallana cuando residía allí, e incluso se le creía con poderes espiritistas».

El chorro de la ermita amortiguó la sed de Las Manchas

Placa conmemorativa del depósito de aguas municipal

En los años de la autarquía franquista se construyó un depósito con capacidad para 325.000 litros, debido a la iniciativa de los Servicios Municipales de Abasto Público de Agua. Una placa, expuesta desde 1945, expresa la gratitud del Ayuntamiento de El Paso al presidente de la Junta Interministerial del Paro Obrero, el palmero Esteban Pérez González, nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad, que subvencionó la construcción de la citada obra.

El depósito municipal de aguas –en cuya parte superior se encuentra la plaza del barrio, escenario de diversas celebraciones- tiene en su frente dos tomas de agua y un abrevadero para los animales. El enclave tiene su encanto por la existencia de dos casas con alpendres y hasta hace poco tiempo existieron los robustos eucaliptos, de tantos que jalonan el recorrido de la carretera general del Sur. Durante muchos años y hasta que el agua corriente llegó a las casas particulares, los vecinos de Las Manchas acudían al chorro de la ermita, desde bien temprano, para llenar sus recipientes de agua (cántaros, garrafones, baldes, pipotes, barriles…).

Para ello hacían cola e incluso, desde la noche anterior, colocaban el cántaro en fila para guardar el sitio, lo que provocó muchas discusiones que hoy son anécdotas de toda una época. Luego los transportaban como mejor podían: a la cabeza, al hombro, a lomos de bestias, en bicicletas… y más tarde en mobiletas, motos, carretillas y otros vehículos, todo con tal de disponer del preciado líquido para beber, hacer de comer, regar, lavar la ropa en las piletas… Aquellos fueron, en realidad, años duros para los mancheros y sus familias.

Cuando venían años secos, el agua se repartía de forma proporcional a las necesidades de cada casa, teniendo en cuenta el número de hijos, que por entonces solía ser bastante elevado. Cada vecino se encargaba de repartir el agua el día en que le correspondía, siguiendo un riguroso turno de rotación.

Monumento al Sagrado Corazón de Jesús

Otro de los rincones interesantes de Las Manchas lo encontramos en el monumento dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, situado en lo alto de El Callejón. Su edificación se debe a la iniciativa de Dolores Crespo, esposa del entonces maestro nacional de Las Manchas, Francisco Caballero, y contó con el beneplácito del párroco de la localidad, José Pons Comallonga. De su edificación, que concluyó el 9 de marzo de 1940, se ocuparon los albañiles Miguel Leal González y Valentín Simón, como se recoge en una inscripción al pie del pedestal.

En los alrededores fueron sembrados siete rosales en honor de los siete hijos del matrimonio donante, que fenecieron en la sequía de 1948. En las ventanitas fueron inscritos los nombres de las víctimas de Las Manchas durante la guerra civil (1936-1939) y durante años albergó una luz votiva que, según cuenta Pedro Nolasco Leal Cruz, era obligado apagarla por la noche cuando el mundo libraba las batallas de la Segunda Guerra Mundial.

La diminuta ermita, a la que se accede por un camino que ha sido adecentado recientemente, ha sido testigo de los principales acontecimientos del barrio de Las Manchas: la erupción del volcán de San Juan, la avenida de los barrancos de Tamanca y Los Hombres y la anegación de los pagos de Jedey y Las Manchas de Abajo, entre otras. La panorámica que se divisa desde esta altura resulta francamente gratificante.

Publicado en DIARIO DE AVISOS, 30 de abril de 2006

Fotos: Juan Carlos Díaz Lorenzo

4 respuestas to “Por los caminos de Las Manchas”

  1. Vicente said

    Muy interesante el relato de como llega el agua a Las Manchas, yo tambien recuerdo de pocos años de edad de ayudar en la tarea de llevar agua de una eslibe hasta la casa a unos 500 metros de distancia con un caso de aluminio de 4 litros, y hoy tengo para regar y tirar barranco abajo.

  2. […] por tres perillones, uno de los símbolos del poderío de sus propietarios…” → lapalmaislaadentro Panel Informativo Montaña […]

  3. […] La diminuta ermita, a la que se accede por un camino que ha sido adecentado recientemente, ha sido testigo de los principales acontecimientos del barrio de Las Manchas: la erupción del volcán de San Juan, la avenida de los barrancos de Tamanca y Los Hombres y la anegación de los pagos de Jedey y Las Manchas de Abajo, entre otras. La panorámica que se divisa desde esta altura resulta francamente gratificante…” → lapalmaislaadentro […]

  4. julio said

    Muy interesante

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